lunes, 27 de mayo de 2013

REDONDILLAS de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si la incitáis al mal?

Cambatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
el niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por crüel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

2 comentarios:

  1. EL AMOR INDECISO
    Dulce María Loynaz


    Un amor indeciso se ha acercado a mi puerta...
    Y no pasa; y se queda frente a la puerta abierta.


    Yo le digo al amor: -¿Que te trae a mi casa?
    Y el amor no responde, no saluda, no pasa...


    Es un amor pequeño que perdió su camino:
    Venía ya la noche... Y con la noche vino.

    ¡Qué amor tan pequeñito para andar con la sombra!...
    ¿Qué palabra no dice, qué nombre no me nombra?...

    ¿Qué deja ir o espera? ¿Qué paisaje apretado
    se le quedó en el fondo de los ojos cerrado?

    Este amor nada dice... Este amor nada sabe:
    Es del color del viento, de la huella que un ave

    deja en el viento... -Amor semi-despierto, tienes
    los ojos neblinosos aun de Lázaro... Vienes

    de una sombra a otra sombra con los pasos trocados
    de los ebrios, los locos... ¡Y los resucitados!

    Extraño amor sin rumbo que me gana y me pierde,
    que huele las naranjas y que las rosas muerde...,

    Que todo lo confunde, lo deja... ¡Y no lo deja!
    Que esconde estrellas nuevas en la ceniza vieja...

    Y no sabe morir ni vivir: Y no sabe
    que el mañana es tan sólo el hoy muerto... El cadáver

    futuro de este hoy claro, de esta hora cierta...
    Un amor indeciso se ha dormido a mi puerta...

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  2. y otro:
    Canción del pirata
    José de Espronceda

    Con diez cañones por banda,
    viento en popa, a toda vela,
    no corta el mar, sino vuela
    un velero bergantín.
    Bajel pirata que llaman,
    por su bravura, el Temido,
    en todo mar conocido
    del uno al otro confín.

    La luna en el mar rïela,
    en la lona gime el viento,
    y alza en blando movimiento
    olas de plata y azul;
    y va el capitán pirata,
    cantando alegre en la popa,
    Asia a un lado, al otro Europa,
    y allá a su frente Stambul:

    «Navega, velero mío,
    sin temor,
    que ni enemigo navío
    ni tormenta, ni bonanza
    tu rumbo a torcer alcanza,
    ni a sujetar tu valor.

    Veinte presas
    hemos hecho
    a despecho
    del inglés,
    y han rendido
    sus pendones
    cien naciones
    a mis pies.

    Que es mi barco mi tesoro,
    que es mi dios la libertad,
    mi ley, la fuerza y el viento,
    mi única patria, la mar.

    Allá muevan feroz guerra
    ciegos reyes
    por un palmo más de tierra;
    que yo aquí tengo por mío
    cuanto abarca el mar bravío,
    a quien nadie impuso leyes.

    Y no hay playa,
    sea cualquiera,
    ni bandera
    de esplendor,
    que no sienta
    mi derecho
    y dé pecho
    a mi valor.

    Que es mi barco mi tesoro,
    que es mi dios la libertad,
    mi ley, la fuerza y el viento,
    mi única patria, la mar.

    A la voz de «¡barco viene!»
    es de ver
    cómo vira y se previene
    a todo trapo a escapar;
    que yo soy el rey del mar,
    y mi furia es de temer.

    En las presas
    yo divido
    lo cogido
    por igual;
    sólo quiero
    por riqueza
    la belleza
    sin rival.

    Que es mi barco mi tesoro,
    que es mi dios la libertad,
    mi ley, la fuerza y el viento,
    mi única patria, la mar.

    ¡Sentenciado estoy a muerte!
    Yo me río;
    no me abandone la suerte,
    y al mismo que me condena,
    colgaré de alguna entena,
    quizá en su propio navío.
    Y si caigo,
    ¿qué es la vida?
    Por perdida
    ya la di,
    cuando el yugo
    del esclavo,
    como un bravo,
    sacudí.

    Que es mi barco mi tesoro,
    que es mi dios la libertad,
    mi ley, la fuerza y el viento,
    mi única patria, la mar.

    Son mi música mejor
    aquilones,
    el estrépito y temblor
    de los cables sacudidos,
    del negro mar los bramidos
    y el rugir de mis cañones.

    Y del trueno
    al son violento,
    y del viento
    al rebramar,
    yo me duermo
    sosegado,
    arrullado
    por el mar.

    Que es mi barco mi tesoro,
    que es mi dios la libertad,
    mi ley, la fuerza y el viento,
    mi única patria, la mar.»

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